lunes, 24 de agosto de 2009

MI LUGAR SECRETO

Mi lugar secreto es más que un lugar donde puedo conversar con Dios; es mi mundo; un lugar maravilloso en donde puedo ver lo que Dios quiere mostrarme, así comienza mi relato de este maravilloso lugar en donde puedo escuchar, encontrar y tocar lo que puedo ver.


Era lunes por la noche, era hora de ir a descansar. Me dirigí a mi habitación y al estar acostado en mi cama no me dejaba tranquilo la idea de todo lo que había sucedido en el transcurso del día, entonces me puse de pie, sentí el silencio que cubría a mi alrededor en aquella noche y al cerrar mis ojos y de meditar de todo lo malo que había hecho en aquel día, un dolor profundo invadió mi corazón, entonces ocurrió lo que para mi era imposible de creer, escuche una voz de un hombre que me decía muy sutilmente: –“¿Por qué hay dolor en tu alma?”–. Yo sorprendido al escuchar aquella voz, caí postrado al piso y pregunte: –“¿Quién eres?”–. El temor cubrió todo mi ser en ese instante, no quise abrir mis ojos, por temor a lo que pudiera ver. Pero aquella voz me dijo por segunda vez: –“¿Por qué hay dolor en tu alma?”–. Entonces decidí contestar: –“Hoy tuve una pelea con un amigo, por una riña que tuvimos”–. Entonces aquella voz, me dijo: –“Ponte de pie”–. Y al ponerme de pie sentí que mi cuerpo comenzó a elevarse y que una suave brisa me transportaba a un lugar muy especial.


Estando en lo alto del cielo vi una gran reja que a sus extremos recorrían unos grandes muros por todo el lugar, y que no se podía ver al otro lado ya que todo esto estaba sobre las nubes. De pronto aquella brisa que recorría todo mi cuerpo me dejo en la entrada de aquel lugar. Sorprendido de los inmensos muros y de la gran reja que estaba hecha de oro puro, mi curiosidad fue tan grande que me acerqué a ver de cerca este precioso material y a mi sorpresa me di cuenta que al ver este material de cerca pude ver el otro lado, era como ver a través de un vidrio, me quede atónito, porque yo sabia que era oro puro y que era imposible ver a través de el, retrocedí con temor al ver tal hecho; de pronto aquella reja se abrió de par a par y la misma voz que escuche al estar en mi habitación, me dijo: –“Pasa, no tengas miedo”–. No sé porque razón hice caso y entre en aquel lugar.


Al momento que iba a poner mi pie dentro de aquel lugar, unos cristales de forma cuadrada y de un espesor muy fino apareció de la nada, colocándose en la superficie del suelo justo donde iba a pisar; cada paso que yo daba al ingresar aparecían estos cristales. Me distraje tanto al ver como estos cristales aparecían de la nada, que sin darme cuenta ya estaba muy adentro de aquel lugar, entonces seguí caminando, este lugar me sorprendía cada vez mas; porque todo lo que había en mi alrededor era muy inmenso.


Cuando estaba en la entrada de este jardín no lucia como un jardín, porque grandes árboles recorrían todo el lugar, a mi parecer era un bosque, pero cada vez que yo ingresaba, me di con la sorpresa que era un hermoso jardín. Así que seguí caminando, hasta llegar a un rió, me acerqué a tomar un poco de aquella agua tan cristalina y pude notar que se podía ver a través de el; podía ver a los peces de diversos colores seguir su curso, si que era hermoso. Bueno todo ahí era hermoso, los campos, los árboles y sus frutos, los animales, los peces, los ríos, las cascadas, sus colinas, hasta el mismo sol era hermoso. Había pasado ahí varias horas y la noche no llegaba, me senté en aquel lugar a seguir mirando los peces y sus diversos colores, hasta que volví a escuchar aquella voz. Pero esta vez me llamo por mi nombre. Me puse de pie y no pude dar la vuelta para ver quien era el que me estaba llamando, ya que los nervios se habían apoderado de mí. Luego volví a escuchar aquella voz que nuevamente me llamaba, pero esta vez escuche su voz tan cerca que no pude contener mis lágrimas y me dijo: –“¿Porque lloras?”–. Me di la vuelta y lo vi. Era tan hermoso que una luz muy brillante salía de él y que al verlo no puede decir ni una palabra, tanto fue su presencia que caí postrado ante él y nuevamente me puse a llorar y con un esfuerzo le dije: Señor perdóneme, no fue mi intención haber entrado sin su consentimiento. Él se me acerco, se arrodillo y me dijo: –“No tengas temor, porque yo he sido quien te ha permitido entrar”–. Luego extendió su mano hacia mí y pude ver la gran herida que traspasaba su mano y comprendí que este hombre era especial.


Yo me hacia muchas preguntas como: –“¿Quién era aquel hombre?, ¿Qué era aquel lugar?”– Y otras semejantes a estas. Pero mientras yo me hacia estas preguntas, aquel hombre me dijo: –“¿Acaso no me reconoces y acaso no te imaginas que es este lugar?”– Me quede sorprendido, al saber que aquel hombre supiera mis pensamientos. Y él me dijo: – “No te sorprendas, porque yo se todo de ti” –. Y yo le pregunte: –“¿Quien eres Señor?”–. Y me contesto: –“Mi nombre es Jesús”–. En ese momento no sabia que hacer, solo le dije: –“Señor perdóname por ser tan ciego y no darme cuenta que eras tú”–. Y él me dijo: –“Las cosas del mundo ciegan el corazón del hombre y los aleja del propósito de Dios, que es la salvación. Mira hacia atrás y observa bien tus pasos y dime que vez”–. Y yo le dije: –“Yo veo barro; mis huellas están de barro”–. Y él me dijo: –“Y ahora mira tus pies y dime, que vez”–. Al mirar mis pies me di cuenta que estaban cubiertas de barro. Entonces le dije: –“No es posible. Si cuando llegue mis pies estaban limpios, como es posible esto”–. Y él me dijo: –“El pecado ciega los ojos del hombre y cada paso que este da, el pecado lo ciéguese cada día más; es por esto que desde el momento que tú entraste a este jardín no podías pisar el suelo”–. Pude comprende en ese momento la importancia de aquellos cristales que cubrían todo el camino que yo recorría. Y yo le pedí perdón por mis pecados al Señor.


El Señor Jesús me llevo a varios lugares de aquel inmenso jardín, mostrándome las moradas para aquellos justos y fieles que lo servían en la tierra y me dijo: –“Aquí también hay lugar para ti”–. Y yo le dije: –“Como es posible, si soy un pecador”–. Y el me dijo: –“Yo conozco tu corazón y se que te haz arrepentido de tus pecados”–.

Desde ese día, mi vida cambio y día tras día iba aquel lugar secreto para conversar y caminar con aquel que no se negó en entregar su vida por mí.


Ahora en mi lecho de muerte, puedo ver aquella entrada de aquel jardín; abierta de par en par y puedo ver a mi Señor que me llama por mi nombre y me dice: –“Ven, ya es hora que vengas a casa”–. Amen.


Autor :

Miguel Garcia

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JESÚS LA LUZ DEL MUNDO

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